Hora del cierre. El vigilante recorría las salas de la Casa de Iberoamérica en busca de algún visitante rezagado. En la exposición permanente de Juan Luis Vassallo Parodi, un hombre, absorto, miraba la estatua de Gades. El vigilante ya se acercaba cuando quedó estupefacto. ¿No es ese Fernando Quiñones? El hombre extendió la mano hacia la joven de piedra, que se la tomó, y juntos echaron a correr. El vigilante parpadeó varias veces y miró a su alrededor. Estaba solo, de fondo el eco de unas risas que se perdían por los pasillos, y frente a él, una peana vacía. |
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Ilustración MilvillaTexto José Manuel Puyana |