Yo estaba allí. Era apenas un chavea cuando quemaron los libros. Auto de fe, lo llamaban. Una sociedad gaditana había publicado un manual para contactar con los muertos. Tan solo hacía falta un trípode. Un palanganero. Así se abriría la puerta al otro mundo. El obispo entró en cólera. Ordenó requisar todos los ejemplares y depositarlos frente a la Catedral. Ardieron como ramas secas. Yo estaba allí. Temblando. Escondido para que no me vieran. Con el tiempo aprendí que nadie podía hacerlo. Malditos aquellos que usaron el palanganero para invocarme. Y aquí estoy. Dos siglos después. Apenas un chavea. |
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Ilustración David RendoTexto Jesús Relinque |