Cuando era chinorri, en Guillén Moreno no había telefonillos. Al menos, en el bloque 5, el nuestro. Cuando quería algo me plantaba en la calle, con la cabeza inclinada al noveno, y daba una voz a mi madre para lo que yo necesitara. ¡Qué tabarra debimos darle los siete hijos! No hace demasiado, antes de que se nos fuera, le dije esto último y ella, mirándome con sus ojos limpios y bellos, afirmó: “mil veces la quisiera”. Volviendo a aquellos años, los 80, ese niño que fui gritaba: “¡Mamaaaaaaaaa, échame la pelotaaa!”. Entonces, la esfera caía como un meteorito y, al chocar contra el asfalto, votaba hasta casi llegar de nuevo a sus manos. Cuánto quisiera hoy volver a jugar a esa pelota lanzada por mi madre.


Ilustración Francisco Asencio
Texto José Manuel Serrano Cueto

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