El Pequeño Hércules
Ilustración: Mcnolo Moreno
Texto: Carmen Moreno
El director del colegio llamo a Hércules, habiendo ganado las pruebas de atletismo interescolares, a su
presencia y le dijo:
– Has demostrado tener agallas, hijo. Te has comportado como cualquiera de esos héroes vuestro de la
Pandilla Y.
– Patrulla X.
– ¿Cómo? -preguntó Zeus despistado.- Da igual. Te he hecho venir porque, de un tiempo a esta parte, ha
llegado a mis oídos que andas pegándote con chicos.
Hércules se encogió de hombros por toda respuesta. No le gustaban los cobardes que, amparándose en la
masa, se aprovechaba, pegaba y humillaba a sus amigos. Y, sí, era cierto, que hacía ya un tiempo había
decidido tomar cartas en el asunto. Nadie podía pisotear a otro por el simple hecho de ser diferente. Él lo
sabía, su madre lo refrendaba y su padre, campeón de peso Welter en los años 90 se lo había hecho
saber.
Aquel día, Hércules salió al patio se sentó junto a las pistas de fútbol, desenvolvió el desayuno y, no
había dado ni el primer bocado a su donut de chocolate, cuando oyó un rugido que provenía de algún
lugar del patio a su espalda. Tras el rugido, un grito ahogado volvió a interrumpir el ansiado bocado. De
pronto, un grupo de chicos se arremolinó junto al único árbol que quedaba en pie en todo el colegio.
Algunos jaleaban un nombre que a Hércules le sonaba como el eco en su memoria escolar.
– ¡Leo, Leo…!
Hércules envolvió el donut de nuevo y lo dejó en el banco. Se acercó a la marabunta y apartó a un par de
chicos que apretaban los puños a la altura de sus narices. En el centro del corro vio a un chico tirado en
el suelo y a Leo dándole una buena tunda. Hércules apartó a Leo de un fuerte empujón.
– Ya está bien -dijo Hércules interponiéndose entre el chico caído y el matón de Leo.
– Quítate de ahí pequeño primate canijo.- ordenó el matón.
– No.- respondió enérgico y tranquilo Hércules.
El matón no dijo nada más. Se abalanzó contra Hércules que dio un paso atrás y esquivó con un ligero
movimiento de cintura a Leo. El matón cayó de bruces y se rompió la nariz contra el suelo. Hércules le
tendió la mano para ayudarle a ponerse en pie, pero Leo le soltó un revés que impactó en la mandíbula
de Hércules haciéndole perder el equilibrio. Una vez en el suelo los dos, Hércules saltó sobre la espalda
de Leo, le inmovilizó los brazos con las rodillas y le cogió la mandíbula con las dos manos, tirando hacia
atrás como si quisiera comprobar cuánto podía estirarse un cuello antes de oír el crujido fatal.
Leo comenzó a gimotear y suplicar que le soltara. Hércules le soltó y se puso en pie. No se había alejado
ni dos pasos cuando oyó un grito como de guerrero infantil cayendo sobre su espalda. Lanzó una patada
al aire e impactó en el estómago del agresor que se revolcó en el suelo.
Los demás chicos aplaudieron a Hércules que se dirigió al banco en el que le esperaba su donut. El chico
que momentos antes estaba recibiendo una buena tunda a manos de Leo se acercó a Hércules y le dio
tímidamente las gracias.
– ¿Por qué dejas que te pegue?- preguntó Hércules cuando el chico se disponía a irse.
– No le dejo. Hace dos años que Leo me pega, me avasalla, me insulta. He dejado de venir al colegio
durante un tiempo. Hoy es mi primer día, pero nada ha cambiado.
– Sí ha cambiado.- dijo Hércules dándole, por fin, un bocado a su donut de chocolate que empezaba a
derretirse.
Ilustrado por
Texto de Carmen Moreno
Nació en Cádiz en 1974. Se licenció en Filología Hispánica y es Máster en Contabilidad y Finanzas por el CEREM y en Edición por la Universidad de Salamanca.
Autora de libros infantiles como Hypatia, la contadora de estrellas, y Los Ojos de Sara y de poemarios como Irremediablemente. De construcción o Cuando Dios se equivoca. Debuta en la novela en 2013 con Principito debe morir, actualmente adaptada en comic. En 2014, publica su segunda novela Una última cuestión. Y en 2016, Sherlock y las Sombras de Whitechapel.