Hércules Jazz Band
Ilustración: Salmorejo Estudio
Texto: Emerson Walkman
Las líneas de la carretera desaparecen raudas y brillantes bajo las luces del coche. La chica que tan amablemente me ha recogido está más pendiente de vigilarme de reojo que de la conducción. Hace un rato que agotamos la conversación y ahora solo se oye el ruido del motor entremezclado con el viento. Miro por la ventanilla para evitar que nuestras miradas se crucen. Esta noche, la luna está llena y tiene un halo alrededor, un anillo brillante y fantasmagórico que no presagia nada bueno. Todos los guerreros conocemos este anillo. Es noche de locura, de lunáticos y de licántropos. Mi vuelta a casa esta bañada por el mal augurio. Solo respiro miseria. Extenuado, cansado… agotado. Mi vacío es tan profundo y oscuro como el hueco de un ascensor y me dejo caer… Tras años de lucha y heroicos combates, vuelvo a mi hogar y sé que no me espera nada ni nadie.
Miro al abismo mientras caigo y sé que él también me mira a mí.
–Es la siguiente salida –La voz de la chica me saca de mi enfrascamiento. Ni siquiera recuerdo como se llama; Ana, Paula, no lo sé. –En un par de minutos habremos llegado.
Levanto la vista y compruebo que algo va mal: No hay ni rastro de mi casa. En su lugar hay ahora un club de “señoritas” iluminado con llamativas luces de colores. La caraja desaparece. Todo mi cuerpo está ahora en tensión. Busco pero no encuentro. La que era mi casa, una pequeña masía rodeada de árboles frutales, es ahora el aparcamiento de un club de alterne. La chica detiene el coche y me apeo sin preocuparme de un equipaje con el que jamás tuve que cargar. Con el rostro tenuemente iluminado por el neón y una radiante sonrisa, la chica hace su ofrecimiento:
–¿Me invitas a una copa en tu casa?
–Estoy acabado –le respondo con frustración mientras presencio como su sonrisa se desvanece.
–¿Y eso que quiere decir? –era evidente que la había ofendido.
–Que lo siento… –murmuro mientras me alejo.
Las ruedas del coche chirrian a mi espalda cuando presencio como un hombre está siendo acechado por un no-muerto y está a punto de ser atacado. Antes ni siquiera de poder reaccionar, el humano, que acaba de salir de su coche con una pequeña maleta en la mano, está siendo ahora, entre convulsiones, la cena de un vampiro vestido con un traje blanco. No me quita ojo mientras succiona la vida de su víctima. Está atento por si yo le plantease algún problema. No lo seré, odio a los vampiros, pero mis días de lucha han terminado. Además, para el humano ya es tarde, ¿qué arreglaría entonces? El vampiro se incorpora con los ojos inyectados en sangre limpiándose la boca delicadamente con un pañuelo color purpura. Los espasmos del humano cesan, su vida se ha desvanecido y sus manos ahora reposan serenas sobre la grava plateada. Al volver la vista hacia el chupasangre ya ha desaparecido, la velocidad es siempre su mejor baza.
Inicio la marcha hasta allí, quiero ver qué hay en la maleta del hombre. Por su contenido sabré quién era, a qué se dedicaba, qué secreto escondía. La gravilla cruje bajo mis pasos mientras observo su mirada perdida en el cielo estrellado. Abro el pequeño maletín y un resplandor dorado baña mi rostro. En su interior hay una trompeta afinada en Do, es de las que se usan en el Jazz, lo sé porque es ligeramente más pequeña que las otras. Vuelvo la vista de nuevo hacia la mirada sin vida de aquel músico y lanzo la trompeta lo más lejos que puedo hacia la negra oscuridad. Yo un día supe tocar, pero ya no recuerdo aquel día.
En cuanto doy dos pasos caigo en la cuenta de que el instrumento ya debería haber caído al suelo. Me doy la vuelta, pretendo oír cómo se estrella pero en su lugar diviso vagamente un brillo. Viene hacia mí, flota en la oscuridad oscilando mágicamente. Por supuesto el brillo proviene del instrumento y no flota en el aire por arte de magia, pronto descubro que alguien lo ha rescatado de su inevitable colisión y camina decidido hacia mí con ella en la mano.
–¡Te apuesto lo que quieras a que no eres capaz de hacerla sonar! –la voz ronca del desconocido suena como un viejo motor de camioneta.
Y la trompeta regresa al aire cogiendo altura hasta caer en mis manos. Su brillo de nuevo vuelve a iluminar mi rostro y su suave tacto, a caldear mi alma.
–¿Por qué debería demostrarte nada?, –contesto agudizando la visión para tratar de ver con claridad a mi interlocutor.
–Porque ya que el gran Hércules González no ha tenido el coraje de detener el asesinato de un hombre inocente a manos de un repugnante chupasangre, al menos, que haga de payaso de circo… ¡Tócala vamos, como hacen los payasos en el circo!
Y entonces por fin puedo verle. No es un hombre… es un León, como yo antes de la guerra… Lleva gafas oscuras y va vestido con un traje negro de fiesta, ya saben, uno de esos que llevan los artistas. Su melena, moldelada con permanente, brilla gracias a la purpurina. Sin temor alguno y con paso decidido, camina hasta plantarse delante de mí y se detiene bajándose las gafas para escudriñarme con sus propios ojos.
–Mi nombre es Carlos Parker, sé de tus hazañas, sé que venciste al Cíclope de Estepona, que degollaste al Minotauro guardián de los Pedroches y que atravesaste el pecho del mismísimo Conde Drácula… también conozco la historia de cómo venciste a los Grifos canteros de Conil… tu valentía y fuerza es legendaria… pero no te reconozco, yo solo veo a un cachorro atemorizado, a un cobarde que acaba de permitir una injusticia.
Miro de nuevo dolido aquella trompeta antes de pronunciarme.
–Ya no sé tocar. Lo olvidé en el transcurso de la batalla –pronuncio con gran esfuerzo y decepción.
–Pues deja que te ayude a recordar. Intenta sacar una nota… ¡Vamos!
Me llevo la boquilla de la trompeta a los labios y soplo con fuerza, pero solo suena el aire vacío entremezclado con una nota desafinada…
Carlos Parker me toca con su mano en el hombro y hace un gesto para que vuelva a intentarlo, el característico crujido de los discos de vinilo invade entonces mi cabeza y me eriza el vello, me descubro de pronto en un escenario frente al público rodeado de cañones de luz. La triste melodía de mi compañero me da pie y entonces ocurre, mi trompeta suena rasgada y melancólica como los anaranjados rayos del crepúsculo al mismo tiempo que las notas queman mis pulmones como brasas. Veo noches de Jazz, veo amaneceres dorados, veo estacas en el corazón de los malditos gritando desesperados. Veo noches de sol… veo días de luna llena.